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47 años al servicio de la vida, la paz y la libertad interior, dirigida por Ana Inés y Julio Avruj

 

 

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Actualizado a marzo de 2014

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Miedo a la Luz I   1

Se atribuye a Nelson Mandela, en el discurso con el cual inauguró su presidencia:

“Nuestro miedo más profundo no es que somos inadecuados sino que somos poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz y no nuestra oscuridad la que nos da miedo....Cuando permitimos concientemente que nuestra luz se expanda, le damos permiso a los demás para que también hagan lo mismo. Cuando nos liberamos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera a otros.”

Este mensaje despertó en mí el impulso de investigar las distintas caras de este temor, los innumerables rostros que enmascaran el miedo a nuestra propia Luz, a meditar, a tener una visión clara y profunda, a amar incondicionalmente, a experimentar estados de conciencia expandida de infinita sabiduría, éxtasis y compasión. Comencé la exploración dentro de mí misma y continué recordando experiencias de pacientes y alumnos, compañeros de ruta en el camino de la espiritualidad.

La pregunta era ¿qué nos aparta de la experiencia de la totalidad? ¿cuál es el miedo básico que obstaculiza nuestra percepción de la unidad? Porque veía que el miedo a la propia Luz se confundía con el miedo a la Luz ya que ambas son una y la misma Luz.

Así fue surgiendo una lista que incluía el miedo a la pérdida de control, a perder la propia identidad, a confundirse con los otros, a la apertura a lo desconocido, a lo informe, al encuentro con las fuerzas arquetípicas, a la opinión desvalorizadora, a la desaprobación y el rechazo de los demás, a la soledad, a afectar o influir en el destino de otras personas, a vivir la intensidad de la vida, en fin, miedo a ser.

Muchos de ellos me evocaban las crisis, momentos de angustia o inhibición de su portador cuando atravesaba esa etapa de su proceso de crecimiento, su lucha entre querer acercarse cada vez más a la Luz y la energía que lo alejaba o le impedía dar los pasos necesarios para el acercamiento. Por ejemplo, recordé a Eugenia y su deseo de disciplinarse para meditar habitualmente y su resistencia a hacerlo por un temor velado a los cambios que se producirían en ella si canalizaba ese deseo, el temor del ego a la trascendencia. Hay personas que creen que el contacto con la Luz las va a llevar a “sacrificar” las comodidades materiales, a alejarse de la familia y los amigos cuando, en realidad, los cambios que se producen se dirigen siempre a una unión más verdadera.

Vinieron a mi mente las caras de Bárbara y Diego. Bárbara vivía asustada porque tenía ciertas percepciones espontáneas de una realidad no ordinaria y creía estar volviéndose loca. El temor a perder la cordura es una inquietud bastante frecuente, incrementado por los convencionalismos culturales que no facilitan el hablar con otros acerca de estas experiencias. Diego se sentía amenazado por la interpretación parcial de una enseñanza bíblica: su gran atracción y al mismo tiempo su gran miedo tenía que ver con descubrir el rostro de Dios, temía morir o recibir el castigo divino por develar esa intensidad.

Repetidas veces vi la parálisis, las evasiones o la distracción generadas por el miedo de la mente a perder el control de la experiencia o, aún más extensivo, perder el control de la propia vida. Cuanto mayor es el apego a la racionalidad, más intenso el miedo, conciente o inconciente.

También, en personas que han tenido episodios de clarividencia o precognición - por ejemplo de un accidente o una muerte- es frecuente el miedo basado en un sentimiento de culpa porque creen que ellas han provocado ese incidente, confundiendo la percepción anticipada o simultánea del hecho que ocurrió con la generación o producción del mismo.

De mi propia vivencia coseché dos tipos de temores. Uno de ellos me ocurrió claramente por los menos en dos ocasiones y es el miedo a no querer volver a la conciencia de vigilia. Una de esas ocasiones fue hace tiempo cuando había experimentado en una meditación un estado de mucha expansión, éxtasis, de pérdida de límites, de enorme gozo y paz. Sentí la tentación de quedarme allí. No era no poder volver sino no querer, aunque sabía que debía hacerlo (y tampoco sé si de haber decidido “quedarme allí” podría haberlo sostenido). Algo similar me ocurrió hace muy poco, cuando murió un amigo queridísimo y quise acompañar el viaje de su alma de vuelta al Hogar. Fui lejos con ella y nuevamente la tentación apareció: la liviandad, la espaciosidad, la paz, la ilimitación infinita ... pero también mi compromiso con esta encarnación. Cuando volví, en las dos experiencias percibí el temor de mi ego.

El otro temor estaba más a flor de piel: durante muchos años viví dominada y combatiendo con mi miedo al poder, miedo suscitado por experiencias pasadas (en ésta y otras vidas) en que aún no había aprendido el ejercicio del buen poder. Incluso contacté con mi miedo a soltar ese miedo pues sentía que de alguna manera me protegía o resguardaba de volver a repetir errores pasados. El camino de la vida y la guía de amorosos maestros me llevó a confiar cada vez más en la divinidad, la divinidad en los otros y la divinidad en mí, y así empecé a permitir que mi propia potencia se expresara y a alentar a otros a que ejercieran su potencia desde el corazón. ¡Qué  hermosa responsabilidad encarnar el propio poder!

Cuando tuve la lista en la mano, quise compartirla con los “Viajeros del Alma"[2]. La experiencia fue riquísima porque siguieron apareciendo nuevos miedos que pasaron a engrosar el inventario: miedo a perderse, a perder los límites o la conciencia de sí mismo; miedo a la entrega, a soltarse, a perder la seguridad de lo material; miedo a “saltar al vacío”; miedo a descubrir que “todo lo que uno hizo estuvo mal” (basado en la creencia limitativa de ver el mal en el lugar de la ignorancia); miedo a la soledad por la ausencia de Dios,  "a que la Luz se vaya"; miedo al fracaso, a perder; a abrirse a la plenitud del sufrimiento.

Miedo al sufrimiento, al dolor ...  "¿con  qué me encontraré?  ¿podré soportarlo?";  miedo al sufrimiento dormido del mundo, la aprensión de que si uno lo despertara se ahogaría en él (y en realidad, cuando uno se despierta al dolor, en la misma medida se despierta al amor y la felicidad).  A veces es miedo a abrirse al propio amor, como si al permearse al sufrimiento de los semejantes no se pudieran poner límites a la natural generosidad del corazón y uno se perdiera a sí mismo en ese sentimiento.

Vimos que era útil ponerle nombre a las distintas facetas del mismo miedo porque desencadenaba más puntualmente el recuerdo de vivencias actuales o pasadas. Del mismo modo que, al compartirlas y comprobar que otros también las atraviesan o atravesaron, hacía que el miedo se disolviera o disminuyera enormemente su poder y el corazón se tornara más liviano.

Observamos, en algunos casos, que lo que algunos vivían como miedo era para otros una búsqueda conciente de una meta añorada: por ejemplo, la pérdida de la identidad convencional que algunos vivían como una amenaza, para otros era la persecución de su libertad y  experimentaban esa liberación como gozosa. Es que son las dos caras de la misma moneda y depende en cuál nos reflejamos en un momento determinado: a nuestro ego lo aterroriza lo que nuestro alma anhela.

A partir de esa reunión nos propusimos elaborar juntos estos miedos, como dijo una “Viajera...”: “ver en cada uno qué lo completa para integrar la Totalidad”

Sobre el miedo a la Luz y los mecanismos de defensa habituales

Hay una franja donde el miedo a la Luz aparece. Personas muy apegadas a lo racional y lo material suelen no tener conciencia de él. Personas familiarizadas con el mundo transpersonal, ya lo han trascendido. Es en la franja intermedia del proceso evolutivo -cuando perdimos la sensación de seguridad absoluta que antes nos daba el mundo material y la razón pero aún no fortalecimos la fe y confianza necesarias para sentirnos cómodos en el mundo de las energías sutiles- que estos miedos surgen a la conciencia.  El miedo nace de las separaciones que la mente hace, de las limitaciones que impone. El miedo indica que hemos hecho una delimitación, que nos olvidamos de que esencialmente todos y todo somos Uno.

 Ken Wilber dice que “cuando un individuo dibuja los límites de su identidad, establece al mismo tiempo las batallas de su alma”... y ... “cuanto más firme son nuestras fronteras, más encarnizadas son nuestras batallas”. Al reconocer la naturaleza ilusoria de esas demarcaciones que hemos dibujado nosotros mismos, ya no luchamos contra el miedo, sino que lo vemos como parte de la Totalidad. Cuando disminuye su dominio, aumenta el poder del amor.

Identificados con la visión de nuestra conciencia ordinaria, solemos utilizar una serie de mecanismos de defensa [3] para enfrentar el miedo a la Luz y mantener esa emoción y /o los contenidos mentales asociados a ella a nivel inconciente. En beneficio de nuestro propio crecimiento, es necesario que los conozcamos para poder lidiar con el miedo que nos limita, entender mejor el funcionamiento de nuestra mente y develar más aspectos de la realidad para acercarnos a la percepción de la Totalidad.  Sólo daré un rápido panorama de estas estrategias defensivas habituales[4].

1) Negación de que existe algo más allá de la realidad que los ojos ven y los oídos escuchan. Si no existe nada más, no hay nada a qué temer. Cuanto más vehemente es la negación, mayor es la probabilidad de que exista una fuerte aprensión a nivel inconciente.  Suele ser el caso de los “detractores” o “perseguidores” de todo aquello que no concuerde con el saber convencional.

      Es también frecuente, en muchas personas, la negación del propio poder, de la propia capacidad de hacer, de los talentos y habilidades propias, relacionada con el miedo a la responsabilidad social que entraña asumir esa potencia. Es preferible negar que esas potencialidades existen en uno a hacerse responsable de ellas ante el mundo.

2) Otro mecanismo de defensa habitual es la represión. Una persona puede haber tenido uno o más atisbos de una realidad no ordinaria (la visión de gnomos, seres extraterrestres o entes desencarnados, por ejemplo) o puede haber tenido contacto con energías propias que la asustaron o con una comprensión tan abarcativa que, de mantenerla conciente, la llevaría a cambios radicales en su vida. Si lo reprime, muchas veces aparecen síntomas físicos o psíquicos que dejan traslucir la energía de los contenidos inconcientes que pugnan por emerger.

3) Disociación, esto es, ver algo como ajeno o no perteneciente a sí mismo: por ejemplo, poner distancia entre una determinada habilidad paranormal y el yo conciente. No encuentro ilustración más clara que la de una muy apreciada astróloga a quien le agradezco sus acertadas predicciones. Ella atribuye sus certeras visiones anticipatorias únicamente al sistema de la astrología “sólo interpreto lo que los planetas dicen, yo no tengo nada que ver” insiste repetidamente. Y sus clientes y amigas sabemos, sin lugar a dudas, que ella utiliza en forma inconciente una gran capacidad intuitiva y de precognición.

4) Otras estrategias defensivas incluyen la evitación de las situaciones o prácticas que podrían desencadenar la aparición de experiencias transpersonales por el miedo que ellas producen: por ejemplo, evitar acercarse a determinados ‘lugares de poder’ o a entrar en meditación.

      Muchas "mentes científicas" traicionan la natural curiosidad de la ciencia al eludir una honesta y genuina experimentación tomando a la propia mente como laboratorio de investigación. La medicina, la física y la psicología basadas en un nuevo paradigma muestran buenos modelos de cómo -otorgándole al estudio de la conciencia el tiempo y la atención que un buen científico le dedicaría a cualquier otro fenómeno- la lógica junto con la experimentación son magníficas herramientas para incursionar en esta dimensión de la realidad.

5) También  suelen utilizarse mecanismos  de distracción,  de evasión, de racionalización, etc.

Como descubrí hace muchísimos años en carne viva, alentada por la fuerza de un valiente grupo de trabajo interior, cada uno busca el modo más cómodo para no crecer: para algunos de nosotros nos era más cómodo sumergirnos en los libros en lugar de experimentar con la vida, a algunas les resultaba más fácil ocuparse full-time de la casa y los chicos que desplegar su profesión en el mundo y a otras lo contrario; así cada uno se cobijaba en lo conocido y que creía seguro en lugar de expandir los horizontes y aventurarse en nuevas tierras.

Una sabia amiga con la que compartíamos los esfuerzos de la tarea de autodescubrimiento en aquel momento decía: “nuestra alma aspira a la evolución y nuestra personalidad prefiere quedarse cómoda, calentita y en babia”... Pero, tarde o temprano, nuestra alma nos lleva a reconectarnos con la Totalidad, a llevar nuestro ego, nuestro pequeño yo con nuestro Yo más profundo y completar la Totalidad. Cuando uno escucha más atentamente al alma, los deseos y miedos del ego pierden intensidad y fuerza de compulsión, y uno se reconecta con la Totalidad  que incluye al ego y sus temores pero sabe que es sólo una parte.

¿Cómo ayudar a que este proceso se actualice?

Sobre la elaboración de los miedos y el encuentro abierto con la Luz

Todos habremos podido comprobar en alguna ocasión que le damos más poder en nuestra vida al miedo cuanto más nos resistimos a verlo. Por eso, al sacar a la luz los miedos, compartirlos en grupo, aceptarlos en lugar de rechazarlos, estamos disolviendo el dominio que tienen sobre nosotros. En la medida en que disminuye la fuerza del temor, comienzan a crecer el valor y el coraje, ambas cualidades del corazón, la puerta del alma hacia la Totalidad.  Admitir cognitiva y afectivamente los miedos propios y comprender que muchas de las conductas de otras personas pueden estar motivadas por ellos, nos conduce a ser cada vez más concientes de nuestras semejanzas, de la esencial humanidad que compartimos.

 Ponerle nombre al miedo, identificarlo, también ayuda, porque es empezar a conocer la cara del supuesto enemigo. El miedo no es nuestro contrincante, muchas veces cumple una valiosísima función protectora: nos muestra los recursos con que contamos para enfrentar una determinada situación. Por ejemplo, estoy viendo un pequeño pájaro desde mi ventana que no teme en absoluto volar, lo disfruta y lamentaría no hacerlo. Cuenta con un par de alas que es el recurso necesario y suficiente -si ya sabe cómo usarlas- para volar desde la rama del árbol en que está posado hasta donde desee ir a través del cielo infinito. Si yo intentara hacer lo mismo -elevarme físicamente y surcar el cielo por mis propios medios- tendría terror: no cuento con los recursos adecuados y la situación que es natural para el pájaro es absolutamente peligrosa e insensata para mí. En este caso, el miedo está puesto como una señal que me impulsa a mirar lúcidamente si mi deseo o proyecto acuerda con la realidad y si los recursos con que cuento se ajustan a la medida de lo que es necesario para llevarlo a cabo.

Tampoco el miedo tiene realidad absoluta sino relativa: si sé nadar medianamente, no tendré miedo en una pileta pero sí podré sentirme amenazada en el mar abierto.

Entonces, el miedo no es un enemigo, nos acompaña cumpliendo una función útil para nuestra integridad. Pero una cosa es tomarlo como una señal, un dispositivo valioso al servicio de la Totalidad que somos y otra muy distinta darle poder sobre nosotros.

Hay dos modos que confluyen para ayudarnos en este proceso de transmutación:

a)    Acceder a un mayor conocimiento de la realidad. Nuestra realidad es multidimensional y generalmente vivimos limitados a la visión y acción en una sola de esas dimensiones.

      Cuando Pierre Weil estuvo en Buenos Aires nos regaló una joya en forma de fórmula matemática. El decía

VR (f) EC

la vivencia de la realidad es función del estado de conciencia en que estamos.

Este axioma del paradigma transpersonal indica -y puede comprobarlo a nivel experiencial cualquiera que aprenda a navegar por las distintas dimensiones de la conciencia- que si la realidad que vivenciamos en el estado de conciencia ordinaria es distinta a la realidad que vivenciamos en otros estados de conciencia, entonces la realidad que vemos cotidianamente desde una sola de esas dimensiones no es completa.

En relación a nuestro tema, uno de los modos de elaborar el miedo a la Totalidad, a Ser en todas las dimensiones, es conocer y tener mayor información sobre otros estados de conciencia no ordinarios, las leyes que los rigen y las experiencias que en ellos ocurren.

En cuanto a las leyes, por ejemplo: sabemos que en el mundo físico los polos opuestos se atraen y los semejantes se rechazan (podemos comprobarlo fácilmente con un imán). A niveles más sutiles, son las almas semejantes las que se atraen y los opuestos no se rechazan sino que se abarcan.

En cuanto a las experiencias: cuando uno visita las profundidades de un mar de aguas claras tiene física y sensorialmente vivencias diferentes a las que está acostumbrado a experimentar en tierra, por ejemplo el silencio majestuoso y los colores en extremo luminosos y radiantes. Del mismo modo, al visitar otros niveles de la conciencia, se acceden a experiencias distintas a las de la vigilia ordinaria. En el reino de las energías sutiles (nivel Sutil inferior y superior) podemos experimentar  percepciones extrasensoriales, experiencias de salida del cuerpo, intuiciones y visiones simbólicas, contacto con formas arquetípicas, estados de elevación y liberación, etc. Más allá están las dimensiones de las energías causales y finales con sus “experiencias cumbre”, los estados de éxtasis y bienaventuranza, la unión mística, el mundo allende las formas, del tiempo y el espacio...  Tener una hoja de ruta del viaje de la conciencia ayuda a nuestra mente -que necesita datos e información- a sentirse más segura.

b) Esta vía que confluye con la anterior deriva de la aplicación de la misma fórmula matemática a la percepción de nosotros mismos

VR (f) EC

la vivencia de nuestra realidad interna es función del estado de conciencia en que estamos

     ¿Cuál es la realidad completa que cada uno de nosotros es? Creemos ser sólo un cuerpo a veces, creemos ser sólo el ego, creemos ser sólo la emoción con la que estamos identificados en un momento determinado; ¿cómo acceder a una visión más amplia de quiénes somos?

El Testigo Sagrado

La respuesta fue dada desde tiempos antiquísimos por todas las escuelas y disciplinas que se ocuparon y ocupan del desarrollo de la conciencia humana: la desidentificación de lo limitado y cambiante y la autoidentificación con lo imperecedero que existe en nosotros. Yo Observador, Yo Alerta, Testigo Sagrado o Sí Mismo son los diferentes nombres que aluden a este sentido de presencia.

Desde allí, como núcleo básico, podemos utilizar innumerables técnicas para ayudarnos a elaborar los miedos y trascender nuestros límites: visualizaciones, afirmaciones, dramatizaciones, plástica, diálogos internos, ritos, símbolos, mitos, transformación energética, etc., pero básicamente cuando nos desidentificamos del miedo y lo hemos visto como un contenido más de la conciencia y no el contexto desde el cual miramos, ya ha perdido la mayor parte de su poderío.  Assagioli, psiquíatra italiano creador de la Psicosíntesis, decía: “Somos dominados por todo aquello con lo cual nuestro yo se identifica. Podemos dominar y controlar cualquier cosa de la cual nos desidentificamos”.

La energía que se libera al hacer caer una barrera dentro nuestro es enorme. Desde el Testigo Sagrado podemos ver el miedo sin dejar que él nos afecte, percibirlo pero sin permitirle que altere nuestra conducta ni nuestros pensamientos. “Tengo miedo pero no soy el miedo", ir por debajo de las turbulencias y las olas para bucear en la paz de las profundidades.  La tarea básica es el entrenamiento de la mente para desarrollar una atención sin juicios hacia la propia experiencia, desarrollar ese sentido de presencia que nos conecta con la Luz que siempre fuimos y seremos, la paz de nuestras sabiduría y compasión innatas.

Ana Inés de Avruj

Enero de 1996


[1] Publicado en Revista Uno Mismo, junio 1996, (156) p. 78/81

[2] Los grupos de “Viajeros del Alma: Encuentro de Exploradores Espirituales” nacieron de la necesidad de reunirnos buscadores espirituales en tránsito por distintos caminos con un mismo ansia de Totalidad, para compartir las experiencias, las inquietudes y la riqueza de la variedad de respuestas, para ayudarnos a sostener la luz de la conciencia y estimularnos a volcarla en actos concretos de la vida cotidiana.

[3] El concepto de mecanismo de defensa que aquí se menciona no se corresponde particularmente con el utilizado por la teoría psicoanalítica sino con una posición más amplia que considera a cualquier conducta como posible de cumplir la función defensiva.

[4] Para los que quieran profundizar en el tema, hay un interesante trabajo de Charles Tart sobre la resistencia que inhibe o distorsiona la actividad parapsicológica en las experiencias de laboratorio; fue publicado en el Journal of the American Society for Psychical Research, 1984, (78) p. 133/43. También hay una referencia en mi artículo “La noche oscura de la Tierra”.


 
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